LA COMUNICACIÓN INTERPERSONAL

Víctor Hugo iba de viaje a otra ciudad y como buen escritor pendiente de sus creaciones, quería saber qué tal iba la edición de su novela «Los Miserables». Le escribió una carta a su editor en Hurst & Blackett. La carta contenía un simple signo de interrogación «?». La respuesta que recibió fue …«!» un signo de exclamación . Dicen que es la correspondencia más breve de la Historia…

A buen entendedor, pocas palabras bastan.

Un solo símbolo de exclamación puede decirlo todo porque los interlocutores saben de qué están hablando. Y una misma palabra o gesto puede decir cosas muy distintas. Por ejemplo, hace un par de días una persona amiga me mandó un mensaje de audio larguísimo. Yo no podía oírlo hasta más tarde y a la vista de mi retraso para contestar, me envió una simple interrogación. Una interrogación que quería decir algo así como “¿Qué te parece el plan propuesto? ¿Porqué no me has contestado aun? ¿Te pasa algo?”. Cuando pude escuchar su mensaje, en respuesta le torturé con otro larguísimo audio donde sólo daba la respuesta deseada al final… Si, soy malvada.

Y estas historias vienen a cuento para hablar de una realidad necesaria en la tarea enseñanza-aprendizaje: la comunicación interpersonal.

Hablar el mismo idioma

La relación educador-educando requiere hablar el mismo idioma, requiere encontrarse en el mismo marco de comunicación para entender el verdadero sentido de esa interrogación. Debe existir conexión entre las dos galaxias para que se comprenda el mensaje. Y dado que hoy en día la generación z tiene tiene su propio lenguaje, a veces tan alejado del de sus profesores, ¿Cómo podemos comunicarnos?

Hay un lenguaje internacional, multicultural, inclusivo, intergeneracional que todo el mundo entiende, desde la ciudad de Longyearbyen la población más al norte del planeta, a solo 1000 km del polo norte, hasta cabo de hornos, lo más septentrional del planeta, todo el mundo lo entiende. ¿Y cual es ese lenguaje? No estoy proponiendo que aprendamos esperanto.

El lenguaje que todos en este planeta entendemos es el de la valoración apreciativa del otro, el entendimiento que nace de la escucha y la buena comunicación, en definitiva, que para enseñar a Paco matemáticas lo que hace falta, además de matemáticas hay que saber “conectar” con Paco.

Sentémonos un momentito a pensar.                     

¿Cómo conectar con los alumnos, con todos ellos?

Esa conexión, en la educación, requiere que en el triángulo que se produce entre educador, educando y materia, la presión del aprendizaje se ejerza sobre la materia y no sobre el educando.

Cuando actuamos así, se mantiene siempre abierta y amable la relación entre educador y educando mientras entre los dos, como si fuera un juego de dobles al tenis, le dan una paliza a la materia de estudio. Si la materia es ardua o no entendida en algún aspecto el educando tiene todo el derecho a no saber, a indagar, a pelearse con el objeto de la materia, pero eso no debe enturbiar ni alterar la relación positiva con el profesor que está allí para animar, alentar, ayudar, enseñar, apoyar.

Cuando se sigue esta aparente sencilla regla, el educador está promoviendo en el alumno la mentalidad de crecimiento que da al alumno una puerta abierta al aprendizaje, la posibilidad de acercarse incluso a lo más difícil. ¿Y cómo se consigue esto? Con palabras. Las palabras no son vanas, las palabras generan realidades: hay palabras que dan alas y palabras que matan. No se trata de infundir esperanzas inciertas en el alumno y decirle que todo es posible, se trata de decirle que es capaz de afrontar retos y de hacer cosas que a primera vista le parecen difíciles, que se aprende de los errores más que de acertar a la primera y que lo importante es no rendirse ante las dificultades.

Una buena comunicación interpersonal

Comunicarnos de forma correcta con nuestros alumnos requiere aprendizaje en el modo de hablar y prudencia para no caer en el “tú puedes! Es distinto generar una mentalidad de crecimiento que decir a un alumno que es capaz de todo.

Establecer en las aulas un lenguaje que refuerce la mentalidad de crecimiento requiere una intencionalidad. Primero profesores y alumnos, tenemos de aprender lo importante que es ese diálogo interior que da fuerza o la quita. Frases como “aquí no nos rendimos”, “de los errores aprendemos todos”, “Tenemos un cerebro muy capaz”, “lo intentamos de nuevo”, etc. abren más posibilidades al encuentro entre profesor y alumno ante la materia que un “tu puedes” en el que se deja al alumno solo ante el peligro.

Preguntemos a los alumnos por su diálogo interior a ver si es del tipo fijo: “ya lo he hecho mal una vez y me he cansado”, “soy una persona inútil”, “Soy torpe” 0 del tipo incremental “venga, lo intento otra vez”, “Quiero aprender esto”… Pedidles que escriban momentos en los que han actuado con mentalidad fija, y lo que ha pasado y los momentos en los que han actuado con mentalidad incremental: al practicar un deporte, hobbies, una actividad nueva… Primero cada uno debe ser consciente de cuál es su diálogo interior para poder cambiarlo por uno de crecimiento.

Es un “truco” de la neurociencia muy sencillo. Pero no por eso menos eficaz: fomentar la mentalidad de crecimiento y mantener la presión hacia la materia y no hacia el alumno, abre la puerta al aprendizaje y al lenguaje que todos entendemos de sentirnos apreciados por ser cómo somos y quienes somos.

_________________________________

Elena Jiménez-Arellano

Deja una respuesta

Your email address will not be published. Required fields are marked *