EL DÍA EN QUE UN ALUMNO ME ROMPIÓ EL SAQUE

Andaba yo dando un semestre de clases de macroeconomía en el colegio UWCAD en Duino, Trieste, Italia para más señas, a alumnos de primer curso del Bachillerato Internacional. Podría decir que la materia no era un problema, la dominaba, lo que era un reto eran los 27 chavales de 25 nacionalidades distintas a los que daba clase en inglés mientras me hacía a mi vida en Italia. Pero no me iba nada mal. Disfrutaba con las clases, con el ambiente, y los alumnos estaban contentos.

Estudiando las macromagnitudes habíamos visto ya los temas de desempleo, inflación, crecimiento económico y empezábamos con el tema de la equidad en la distribución de la renta. Solíamos empezar las clases planteando entre todas las cuestiones que sabíamos o nos preguntábamos sobre el tema. Les llevaba unos recortes de prensa o un vídeo y formulábamos muchas preguntas para ver si éramos capaces de resolverlas durante los siguientes días. En ese momento, uno de los mejores estudiantes, Roberto M., de Malawi, ese estrecho y largo país en África entre Zambia y Mozambique y el lago Malawi, lanza la siguiente observación: “Esto que vamos estudiando es muy interesante. Pero en algunos países como el mío, los problemas no son la política fiscal o monetaria, ni los métodos para medir el producto interior bruto, sino cómo obtener un PIB. Los problemas que impiden el desarrollo del país son la corrupción, la ignorancia, la violencia y la enorme desigualdad ente los pobres y los ricos… ¿Veremos en algún tema cómo mejorar la economía de estos países o seguiremos estudiando la macroeconomía de los países del hemisferio norte?”

Toma pregunta. Se me abrió un enorme horizonte del que no tenía ni idea. Ya os digo que yo andaba como el Quijote, pasando las noches de blanco en blanco y los días de turbio en turbio para ponerme en la cabeza tan diversa y en el nivel tan elevado de mis estudiantes, y ahora esto. Era como si me hubieran lanzado con una onda expansiva contra la pizarra y casi me quedo sin respiración. Le dije que la cuestión era interesantísima y muy acertada. Me salvó el que no era el momento de responder preguntas, sino de formularlas. Dediqué varios días a estudiar y preguntar sobre el asunto. Haciendo spoiler de una historia más larga os cuento que al final organicé un mini-congreso entre los alumnos para que analizáramos primero los problemas e hiciéramos propuestas de soluciones con lo aprendido hasta el momento o lo que se les ocurriera. Salieron cosas muy interesantes. Podríamos haber ganado un nobel comunitario si hubiésemos publicado los resultados.

Para crecer enfrentar nuestro ser y saber con personas, no cosas

Toda esta historia me ha vuelto a la memoria tras la lectura de un artículo de Jose Víctor Orón que os recomiendo leer completo[1], en el que explica que, para crecer como personas y en conocimientos, es necesario enfrentarnos, confrontarnos con otras personas, no sólo confrontarnos con cosas.

“Para crecer como personas y en conocimientos,

es necesario enfrentarnos, confrontarnos con otras personas,

no sólo confrontarnos con cosas.”

Orón explica “¿Cómo crece nuestro pensamiento, nuestra voluntad, etcétera? Una contestación primera sería: ejerciéndolo. Pero no por pensar más se piensa de forma distinta. No por actuar más se actúa de forma distinta o mejor. En cambio, otra persona sí que podrá preguntar «¿por qué te empeñas en hacer eso?». Es el otro quien propiamente me cuestiona. (…) El otro, al romper mis esquemas es quien me libera de repetir mi forma de pensar y me permite crecer. Cuando el otro me rompe la forma de pensar (un alumno que contradice al profeso, un cónyuge que confronta al otro cónyuge, un compañero de trabajo a otro) se produce un dilema: ¿Me quedo con mi forma de pensar e ignoro al otro? o ¿por acoger al otro, desecho mis pensamientos y mi forma de pensar y me abro a pensar de una forma distinta: todo se juega en el cara a cara personal.

¿Qué hacer cuándo me rompen el saque?

Dilema: ¿Ignoro la propuesta del otro que me instiga y molesta y permanezco cómodamente donde estoy, detrás de las celosías ó debo rehacer mis pensamientos o acciones complicándome la vida y mirar más allá al paisaje increíblemente hermoso que se abre ante mi mirada?

Roberto, mi alumno,  rompió mi forma de pensar occidental y me permitió ver que hay otros mundos. Por supuesto que no llegué ni llego apenas más que a vislumbrarlos, pero sé que existen y que tengo mucho por descubrir, por aprender. Cuando valoramos todas las cosas con nuestro rasero sin apertura al otro, estamos siendo miopes. Pero ponerse las gafas anti miopía es costoso. Las tengo que ir graduando según aparece nuevos acontecimientos. “Si te paras retrocedes”, si me quedo con las gafas de 1 dioptría cuando ya tengo dos o viceversa, no voy a conseguir ver bien y con claridad la cara de las personas que tengo delante.

He tenido la inmensa suerte de poder estudiar en algunos de los más prestigiosos posgrados, incluso pude estudiar una temporada en Harvard. En todos esos lugares aprendí mucho, pero ni se me ocurrió, ni vi nunca a ningún alumno retar, como lo hizo Roberto de modo personal y hasta las raíces más profundas, a un profesor. Estudié muchas veces sin cuestionarme el porqué de algunas cosas ni si eran aplicables en todos los casos.

Y conmigo muchos otros, que, si se formularon preguntas de fondo y retadoras, no las formularon en alto o fueron aniquiladas por la respuesta del profesor. Para los que me conocen bien, recordarán como fui demolida ante mi rebeldía en el caso de la ejecutiva a tiempo parcial. ¡Ay! hoy en día ese caso está borrado de los archivos del master y lo que yo dije sería considerado adecuado y hasta rutinario.

¿No es una buena estrategia para el aprendizaje y el crecimiento personal dejarse retar, que nos rompan el saque, los esquemas o la rutina y avanzar, ampliar y mejorar nuestro conocimiento, comprensión de otros y de las cosas?
 

La tarea del educador

Tenemos tarea. Especialmente ahora, en esta sociedad donde nos escabullimos del pensamiento y de la confrontación de ideas con un: “pues a mi me parece que…! O un “lo que yo siento es …” o ni eso, miro al otro con cara displicente, sentado en mi butaca, en mi burbuja particular.

Nos pasa en clase con las “nuevas generaciones”. Decimos de ellas que “que ya no…” bla, bla, bla o “no son como éramos nosotros…ahora son bla, bla, bla”, o decimos que “antes la cosa era de otra manera”. Y con esta miopía nos olvidamos de nuestra propia adolescencia y nuestra propia ceguera.

Los adolescentes nos retan para sacar lo mejor de nosotros mismos, para ampliar nuestra perspectiva a las nuevas realidades. No es sano ni descartarlas, ni quejarnos, ni vender nuestra alma por ellas sin más. Dedicar un tiempo a profundizar sobre los retos que nos surgen de sus planteamientos nos ayuda a crecer como personas y a aprender de verdad.

Por la vida vamos viendo, nos fijamos en las cosas que pasan a nuestro alrededor y observamos qué hacen “los expertos”: Si el adolescente ve a profesores y padres dedicar un tiempo a la reflexión, a preguntar y preguntarse, a formarse sobre las nuevas perspectivas, es probable que haga lo mismo.

No siempre, porque la libertad, ojalá que con responsabilidad para asumir los resultados, tiene un papel inalienable en el educando. Al menos debemos enseñarles a cultivar la libertad interior, que no aparece por dejarse hacer y elegir o lo que eligen todos, o lo que me apetece o lo que en ese momento “creo” que debo hacer.

La verdadera libertad nace del actuar con el conocimiento de las cosas tras enfrentarlas al otro.

La diferencia entre tener criterios claros y ser cerril está en la capacidad que tenemos de confrontar esos criterios o ideas con las personas y tener argumentos que no sean sentimentales, ni un corto y pego o un porque lo hace todo el mundo o peor aún, un porque siempre lo he hecho así.

Vale, es costoso, pero ¿te atreves a pensar?

Elena Jiménez-Arellano

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[1] https://www.eldebate.com/educacion/20230416/virtudes-no-evitan-vicios_107875.html “Las virtudes no evitan los vicios” por José Víctor Orón Semper.

2 thoughts on “Una perspectiva ampliada

  1. Buena y necesaria reflexión en un momento en el que la mayoría de la sociedad ha dejado el sentido común a un lado y ha seguido fielmente los preceptos de los “expertos” y los “es-tu-Dios” como si de una religión se tratase.

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