Imagínate una clase de adolescentes…
Así es como comienza su libro Daniel Pennac. Y describe tan bien una clase llena de adolescentes, que uno se sonríe, porque a pesar de los años “la cosa sigue igual”. Y es que la adolescencia es lo que tiene: seguirá existiendo mientras haya hombres sobre la tierra… que siiii  y mujeres.

Cualquier educador al que le toque lidiar con este bonito periodo de la vida sabe el reto al que se enfrenta.

En los cursos nos dicen que la adolescencia es el momento de los grandes ideales, de la audacia, de la creatividad y la capacidad de entrega por eso que merece la pena… Que esos chicos, chicas, tienen ante sí las posibilidades de ser TODO

Y la realidad se produce cuando ese profesor entra en clase se encuentra dos grupos: los que están “tirados” sobre los pupitres y los que están saltando y gritando sobre ellos blandiendo una silla. Se impone poner orden sobre los exaltados, que se van sentando mientras suenan unas risitas que no se callarán durante toda la clase.

Y entonces ese increíble director de orquesta y domador de leones y encantador de serpientes que es el profesor, tiene que conseguir los siguientes retos: que haya un mínimo de tranquilidad para que se puedan tratar los contenidos de la clase, pero que la tranquilidad no sea tanta que todos se unan al grupo de los “derrumbados sobre las mesas”, hacer caso omiso de las risitas que brotan en los momentos más inesperados de la clase, interesar a los alumnos en el tema a tratar y hacerles participar y sobre todo hacerles partícipes de su propio aprendizaje.

Aquí es cuando el profesor se convierte en un harri-jasotzaileak, ese fenomenal atleta vasco que levanta piedras sobre su hombro como si nada.

Aquí está el momento clave: mientras el profesor con su batuta mantiene atentos a los que dormitaban y calmados a los que peleaban, con la otra mano asume ese increíble peso 

Grado, dos master y doctorado es lo que tiene que tener cualquier buen profesor de secundaria que se precie.

Grado de domador de leones.

Con ese grado aprendemos que a los leones no se va de frente. Y desde luego si el león ruge, no hay que intentar devolver un rugido: los rugidos del profesor quedan ridículos o causan el efecto contrario. Una mirada directa a los ojos diciendo suavemente el nombre del león que ruge encima de la mesa suele tener un efecto inmediato.

También están los que se agazapan al final de la clase dispuestos a saltar sobre nuestra yugular al grito de “eso se contradice con lo que acaba de explicar!!”. Serenidad, sonrisa y responder despacito “que bien que te has dado cuenta, Mira esto se debe a tal y tal. Muy buena observación, gracias por estar atento y colaborar con el desarrollo de la clase”.

Y así ya están  todos dispuestos a mirar a la batuta. Algunos la miran a ver si nos equivocamos, pero la miran! Y se han unido a la orquesta.

Máster en la carrera de encantador de serpientes.

En esta hay que ser un buen profesional. Porque usando la técnica del principiante se pierden mucho tiempo y energías: llamar en voz alta, por su nombre, al fulanito que está recostado. Este pega un respingo, se pone tieso -más o menos-, pero cuando dejas de mirarle se desploma de golpe de nuevo sobre la mesa.

En cambio, como los buenos encantadores de serpientes, el profesor debe ser capaz de que a través de los oídos -el desplomado sigue escuchando, el oído es el último sentido que se pierde- le entre la curiosidad por la “música que está sonando” y sin casi darse cuenta, se va desperezando, prestando atención, recupera el don de la palabra, sonríe y suele comentar algo así como: “¡es verdad! ¡Eso me pasó una vez!” O algo parecido. Pero ya le tenemos en el bote. Ahora toca que mire la batuta y se una a la orquesta.

Máster en dirección de orquesta.

Inma Shara, ¡Que mujer! Con los suaves gestos de sus manos, a veces de sus dedos, hace que cada miembro de la orquesta toque cuando toca. Todos participan, pero cada uno en su momento y en el tono y volumen adecuado. En clase tenemos de todo: percusión, cuerda, viento y coro completo.

Están esos que son rapidillos, los que se las dan de rapidillos, los lentillos, los que intuyen, los que quieren que se les oiga y hacen sonar los platillos a todo volumen… y a destiempo. Y aquí el profesor, con su batuta (que en realidad es una varita mágica) debe intentar dar servicio a todos, campo de juego a todos y similares oportunidades de aprendizaje.[1]

Doctorado en levantamiento de pesos

Y por si hasta ahora la sesión de clase no hubiera resultado suficientemente desgastante, aún queda lo mejor. Es como en el circo ¡más difícil todavía!

Llega el momento de la verdad: el de transmitir las enseñanzas de nuestro cerebro al de los alumnos. Todo eso que hemos ido aprendiendo con mucho tiempo y esfuerzo se lo queremos dar a nuestros alumnos. Ese regalo. Hay muchas metodologías ya obsoletas como “la letra con sangre entra”, la clase magistral, si, esa de los apuntes amarillentos -donde las serpientes duermen y los leones rugen-, la de abrir el libro y subrayar párrafos, la de memorizar y luego chequear que se ha memorizado.

Nada de eso vale como metodología única o central.

A veces hará falta memorizar o a veces habrá que indicar un libro o un párrafo para que los alumnos lo estudien, a veces les regalaremos trozos de nuestra vida, de nuestras experiencias personales… Porque el levantador de pesos lo que tiene que conseguir es que el alumno se haga el piloto de su propia educación.

Y como resulta que tenemos una orquesta de lo más completo, con instrumentos de lo más diferentes, esto significa que habrá alumnos que quieran hacer un debate de tal cosa, otros traen un recorte de prensa, otros callan… El levantador de pesos tiene que interesar a todos sus alumnos en la materia que imparte. Y cada uno por caminos diferentes, por caminos insospechados, por caminos que el profesor no sabía que existían, llegan a la meta.

como una novela
Daniel Pennac en un libro que he recomendado cientos de veces a muchos educadores, “Como una novela”, cuenta muy bien como en el ambiente posiblemente más hostil hacia la literatura fue capaz de “meter el gusanillo” a sus alumnos a base de perder el tiempo al principio para ganarlo al final: invirtió muchas horas de clase en leer en voz alta las lecturas obligatorias del curso hasta que los alumnos… pero no os lo voy a contar, leedlo, merece toda la pena cada frase de ese libro, Y seguro que os echáis además una buenas risas.

Os confieso que siendo consciente de todo esto, cada vez que entro a clase intento poner en ejercicio las cuatro carreras ¡que para algo las he hecho, caramba! Y hay días que salgo contenta porque no hubo leones que domar, ni serpientes que encantar, y pude dedicarme a la dirección de orquesta y al levantamiento de pesos. Esos días solo he ejercido dos carreras y ¡salgo agotada!

Fundamentalmente de luchar contra mí misma. Contra la inercia de “les cuento lo que yo ya sé, que “se lo aprendan” y ya está! que “lo otro” me cuesta mucho esfuerzo”.

A pesar de mi madre vasca yo no nací para Probalari -los que arrastran piedras- y me tengo que esforzar mucho, cada día y hacer músculo en el gimnasio  de formarme continuamente, ver qué se hace por ahí, copiar las mejores prácticas con un descaro sin igual y recibir feedback de mis alumnos y de mis jefes, todo eso para que la susodicha piedra no me aplaste con su peso o la deje caer a plomo sobre… el pobrecillo que en ese momento desafinó.

Y diréis así ¿quién quiere ser profesor? ¡¡Es muy difícil y muy cansado!!!

Y es que, para ser un buen profesor, para ser maestro hacen falta dos cosas fundamentales:

1. Querer: tener vocación de querer dejar una huella muy profunda en el mundo encendiendo un fuego en nuestros alumnos.

2. Saber: domar leones, encantar serpientes, dirigir orquestas y levantar pesos .[2].

Lo que todavía no acabo de entender es porqué no nos esperan a la salida de los colegios y de las universidades donde enseñamos cientos de fans admirados por nuestras proezas, aullando a nuestro paso ¡¡¿¿cómo es capaz de hacer esa maravilla??!! ¿qué le pagan por esto? ¿qué premios y reconocimientos le han dado? ¿qué premios Nóbeles ha logrado?? Y a esos imaginarios fans les sorprendería más la respuesta: no, si no es nada, lo hago sólo por el disfrute interior de la tarea bien realizada: porque no tenemos ni salarios grandes ni reconocimientos pequeños. Lo hago porque como dice Nelson Mandela

La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo
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Elena Jiménez-Arellano

[1] Los de la empresa “música para todos” organizan unas actividades fenomenales para potenciar el trabajo en equipo a través de la música. Os lo recomiendo vivamente.

[2] Si quieres aprender todo esto en ITEM estamos preparando unos cursos para directivos de centros educativos y profesores donde ponemos en práctica todas estas estrategias ¿te apuntas? Escríbenos a info@inspirandotalento.com

10 thoughts on “Imagínate una clase de adolescentes

  1. Muy bueno … Sólo cuando has trabajado en educación SABES lo duro que es, lo exhausta que te deja, el autodominio que requiere … Y lo que merece la pena!!! No creo que exista una profesión más gratificante, si tienes vocación, claro…
    Y ese libro lo has recomendado a todo el mundo … Menos a mí!

    1. C’mon! Lo del libro no lo dices en serio ¿verdad? Lo citaba en cada reunión de profesoras, en cada charla,… “El tiempo para leer es robado, como el tiempo para amar” ¿recuerdas esta frase verdad? Pues es de ese libro. 😉

  2. Como madre de tres adolescentes solo pensar enfrentarme a una clase de 30…¡se me ponen los pelos de punta!, claro que yo no soy profesora, como bien dices creo que es vocacional. Y es admirable los profesores que se trabajan sus clases y buscan métodos par motivar a sus alumnos, por desgracia no hay muchos, yo por los menos no me los he encontrado, a veces me recuerdan a funcionarios que cumplen con su jornada laboral y se van. Pero desde luego algunos dejan una gran huella en sus alumnos y siempre son recordados con cariño y admiración.
    Me gustan las ideas que desarrollas en este blog, saco muchas ideas para la educación de mis hijos y para estimularles en sus estudios. Gracias

  3. Un primer y breve comentario sobre el final: “¿Quién quiere ser profesor por un sueldo bajo?, ¡Es difícil y cansado”. Lo que realmente es cansado no es ser encantador, ni domador, ni director…eso nos encanta porque es el reto de cada jornada, de cada aula que entras. Lo que cansa es que además de pensar cómo lo vas a hacer, qué truco vas a usar, qué historieta vas a contar para encandilarles…luego tienes que hacer una programación corta, otra larga, un plan de mejora para la evaluación de diagnóstico, abrir un protocolo (antes le llamaba expediente) a uno que se se ha pasado tres pueblos, hacer copias de los exámenes pues te quedas con el original, hacer un PIRE (plan individualizado de refuerzo educativo)…es decir, además de dar clase tienes que hacer un cursillo de burocracia y papeleos…(y sin contar a los políticos)

    1. Si, la burocracia académica. Si va encaminada a que el profesor fije unas herramientas objetivas para valorar al alumno, hacer el seguimiento al alumno y valorar su progreso, entonces esas burocracias no lo son tanto. En cambio, si van encaminadas a que las instancias superiores tengan un documento con el que a la vez satisfacen las demandas de otras superiores que a la vez…. entonces,…esas burocracias… ¡hay que terminar con ellas!

  4. Has tocado teclas muy interesantes. No sé si tengo tanto doctorado virtual…Hay otro que también me parece muy interesante. No sé si llamarlo “entrenador, forzudo, mister o sargento de hierro”. Se trata que nuestros alumnos vayan adquiriendo más y más voluntad, fuerza de voluntad. Todos vemos que cada día nos vienen más blanditos (y de la mano de mamá!!!) parecen churros!
    Viva ese sargento de hierro que va fortaleciendo esos espíritus…

    1. Gracias por este comentario, Borja. Yo pienso que ese papel hay que exigírselo a los padres. Mi próximo post se va a titular: ¿porqué no es conveniente llevarle la mochila a mi hijo? Creo que la fortaleza debe venir “de casa”, al igual que el bocata de media mañana. El problema es que efectivamente no es así. Pero creo que los esfuerzos para educar en esto hay que ponerlos en formar a los padres, si no, el trabajo hecho en el colegio se deshace en casa. Exigir que se levanten a la hora, que se hagan la cama, ¡que carguen con su mochila!!, que si no han echo los deberes no lleguen al cole con una notita disculpatoria de su mamá… Eso corresponde a los padres.

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